La paz siempre es posible, incluso en el día más ocupado. Nunca estoy lejos de lo que el apóstol Pablo llamó “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”. Yo soy una expresión viviente de Dios, al igual que lo es toda persona. Sé que esa paz, así como todas las cualidades divinas, busca expresión en mi vida. Acepto la quietud al orar, permitiéndole que llene mi cuerpo, mi mente y mi espíritu. Con mi atención centrada en la serenidad de Dios, prosigo con mis actividades diarias afirmando: La paz de Dios es mía. Todo contribuye a la calma de mi alma. Las interrupciones y los inconvenientes ya no me perturban. Mi presencia apacible bendice a cada persona con la que me encuentro y a mí también.
Texto devocional: Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.—Filipenses 4:7