A menudo, pensamos que la curación es “un regreso a la salud”. Si no me siento muy saludable, hago una pausa para recordar que mi naturaleza verdadera es la salud eterna de la vida divina. Como una llama que arde en mí y nunca se apaga, la vida divina ilumina todo aquello en mi experiencia física temporal que sienta herido, roto o limitado. La luz del Espíritu es la luz que me sana y restaura. Tomo aire lentamente. Siento que la llama en mí arde más y expande su calor a cada parte de mi mente y de mi cuerpo. Al botar el aire, permito que cualquier sentimiento de dolor o incomodidad fluya hacia afuera y se disipe. Me vuelvo receptivo a la energía sanadora que irradia por medio de mí. Cada respiración unifica el espíritu y la mente en una expression impecable de salud.
Texto devocional: ¡Sáname, Señor!—Jeremías 17:14